La publicación de mi primer libro, este año, planteó en mí un interrogante ¿Ahora escribo para vender? Cien ejemplares de Sombras de Colores recibí en mayo y aún me quedan más de treinta sin entregar. Si lo pienso por este lado, me convendría buscar un trabajo de periodista freelancer y dejar de redactar post en un blog sin publicidad.

Pero como no quiero eso, me auto convenzo y me digo que con Sombras de Colores al menos cubrí el costo de la impresión y me quedaron unos pesos (que volaron).

Si hasta me di el lujo de regalar unos cuantos libros. En Mendoza, la Biblioteca Pública General San Martín, mi querida Biblioteca Popular Lucila Barrionuevo de Bombal, la biblioteca de la Universidad de Congreso, la biblioteca de la Universidad Juan Agustín Maza, la biblioteca de la SADE Mendoza tienen un Sombras de Colores en papel. Si los otros ejemplares desaparecieran, si los perdiera de vista para siempre y no pudiera volver a imprimir, ya no importa. Esas cinco bibliotecas van a custodiar mi primer libro de poemas. Además –y esto es lo que tiene más valor– está disponible de ahora en más para lectores que no conozco ni alcanzaré a conocer.

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Sombras de Colores forma parte del patrimonio de la Biblioteca Popular Lucila Bombal

Ilusiones

Lo bueno es no haberme “clavado” en la impresión. Pero necesito ser sincera, aunque sea conmigo misma: mientras encargaba los cien ejemplares para la primera presentación (los mismos que tardaron tanto en llegar) hacía cuentas y pensaba en vacaciones, en un sillón nuevo, en juntar el dinero para imprimir más libros y luego distribuirlos en librerías.

Sí, las librerías parecen el mejor lugar para un escritor. En eso se parecen a las bibliotecas. La diferencia es la expectativa que uno puede depositar en este otro espacio, donde los volúmenes prometen convertirse en dinero efectivo. Dejé cinco ejemplares en un negocio que está a media cuadra de casa. Allí me saludan, los cinco, bien expuestos e intactos en el celofán. Entregué otros en Pájaros, un lugar que tiene un catálogo excelente y que cerró a fines de setiembre para trabajar a puertas cerradas. Y hace poco ubiqué unos más en Payana, una librería itinerante que promueve a los escritores mendocinos. Esa es la que más ha vendido: dos, en total.

Razones

Hay demasiados libros. Muchas personas prefieren la narrativa. Hoy el libro digital es más accesible. Son las explicaciones de por qué no salió un puto libro en tantos meses. Son razonamientos que ponen los motivos afuera, entonces nada puedo cambiar.

Luego están las razones propias: quizás necesito aprender a vender. ¿Será verdad lo que decía Robert Kiyosaki en el best seller Padre Rico Padre Pobre, cuando le recomendaba a una prestigiosa y culta escritora tomar un curso de ventas? Puede ser. En mis colegas y, como reflejo, en mí misma veo una especie de temor a recibir dinero a cambio de nuestro trabajo. Es como si el dinero manchara al artista, como si le quitara valor a la creación. El que vende mucho, algo estará haciendo mal. Pienso que, en el fondo, es una manera de admitir (o de creer) que nuestras obras, en realidad, no valen tanto.

Va un ejemplo. Hace pocas semanas, antes del Festival Internacional de Poesía que se celebró en Mendoza, los organizadores del evento enviaron un correo electrónico a todos los poetas que participarían para contarles que la Secretaría de Cultura había decidido el pago de un modesto caché para los poetas mendocinos. Fui de las primeras en decir que me vendría bien la plata y me ofrecía a gestionar el cobro (que debía ser uno para todos). Tremenda fue mi sorpresa cuando una de las poetas respondió de inmediato que no le interesaba, que ella nunca había cobrado por leer.

 

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Si ves una, levantala.

Recordé entonces una frase de Raúl Bobillo, en una charla de Fundación Claves. Él invitó a levantar con alegría la moneda que nos encontremos en la calle. Por más pequeña que sea, es símbolo de abundancia. Cuando yo la tomo y la agradezco, le doy el mensaje al Universo de que estoy abierta a esa abundancia.

Que me lean

Quiero creer que no me fue tan mal. Lo último que quisiera es recordar la impresión de mi primer libro como una derrota.

No hubo vacaciones ni sillón ni reimpresión, pero ubiqué una buena cantidad de ejemplares entre mi familia y amistades, luego de las dos presentaciones y en entregas que hice en forma particular. Algunos libros incluso fueron a parar a manos que no conocía. Esas han sido verdaderas alegrías.

Para la escritora que vive en mí el comentario de alguien que al leer una de mis Sombras de Colores recordó a la madre, al ex novio o al hijo, vale más que todos los libros vendidos o por vender.

Justo esta semana un hombre que vive en Río Negro y que leyó parte de mi libro en casa de una de mis tías, llegó con un mensaje de whatsApp que me da aire y ánimos para continuar escribiendo poemas. Me vino genial que esa persona que no conozco y no sé si alguna vez conoceré, que -en definitiva- no tiene ninguna obligación social ni emocional conmigo, destacara cuáles poemas le habían gustado e incluso hablara de la mala primera impresión que había despertado en él la tapa del libro.

Por eso considero que la mejor decisión ha sido dejar libre el ebook, que en la página de Bubok tiene hoy 215 descargas. Muchas personas pueden leer Sombras de Colores en forma gratuita, allí o en las bibliotecas que mencioné más arriba.

Sí, sí quiero vender libros. Pero escribo para que otros lean y se conmuevan con la palabra. Esa es mi meta. Claro que, si viene dinero, siempre será bienvenido.

Gracias por leer este post y compartirlo con quien también pueda interesarle.

 

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