Existe un punto de quiebre en la vida de toda persona que ama crear con palabras. Es ese momento en el cual uno se atreve a mostrar sus escritos.

Ese instante, lo que uno siente y lo que nuestro lector dice (o lo que uno entiende que dice) nos marcan a fuego. Puede ese acto determinar incluso si nosotros continuaremos remando en el mar de la escritura o nos dedicaremos definitivamente a hacer cosas más importantes que juntar palabras estúpidas.

Cualquier persona algo despierta puede saber o intuir la importancia de ese momento.

Y estoy convencida de que la elección que hacemos de nuestro primer lector está en sintonía con esa idea. Así elijamos a una persona que nos aliente o a una que nos desampare ante nuestra obra, estaremos buscando lo que necesitamos.

Si para mostrar nuestros escritos damos con una persona que nos alienta sin peros (como a me ocurría cuando compartía mis primeros poemas con Rocío, mi hermana), nos estaremos abriendo a la oportunidad de continuar creando en libertad.

Si ese primer lector, además de alentarnos, nos brinda algunos consejos sabios y sinceros, tendremos una guía para continuar escribiendo con ciertas pautas más o menos ciertas hacia la calidad literaria.

Pero también podemos dar con un primer lector exigente y descomprometido con la tarea de guiar (o demasiado apegado a una idea de perfección) que signifique un derrumbe definitivo al frágil castillo de cartas que forman nuestros sueños de letras.

Lamento decir que esto último es muy habitual. Incluso me he visto en más de una oportunidad siendo ese mismo lector perfeccionista, insensible y prejuicioso ante personas que están dando sus primeros pasos en la escritura.

El camino de jugar, valorar y mostrar nuestros escritos 

La lectura de El Camino del Artista, de Julia Cameron, significó un quiebre en mi manera de sentir y valorar esas primeras creaciones mías y de otros.

Me permitió verme a mí misma experimentando con las palabras, jugando con ellas como una niña. A esa niña nadie tenía el derecho de decirle cómo jugar. El juego del arte es libre.

Si, posteriormente, con ese juego yo quiero hacer algo más, puedo tomar la obra y “arreglarla”. Pero debo hacerlo amablemente, sin abusar de la criatura, sin gritarle en la cara que lo hizo con muchos muchísimos errores. Porque la niña necesita alimento (motivación, pasión y compasión) para continuar creando.

Aprendí, sobre todo, que en más de una oportunidad me había autosaboteado al mostrar mis escritos en momentos o a personas inapropiadas. Luego me había costado remontar la situación y volver a disfrutar de la escritura.

No quisiera a que vos te pasara lo mismo.

Cuándo mostrar un escrito

A veces quisiéramos que alguien aprobara nuestra obra apenas la terminamos. Sería como saborear un pan recién horneado. En una oportunidad, un maestro panadero amigo de mi familia (Pepe Montes, se llama) me explicó que en caliente no se puede apreciar el sabor real de la masa. Hace falta esperar.

En literatura ocurre lo mismo. Sobre el momento correcto para compartir lo amasado, Stephen King (en su obra Mientras Escribo) coincide con Pepe: “Si eres un principiante, permíteme el siguiente consejo: no bajes de dos versiones, una con la puerta del estudio cerrada y otra con la puerta abierta”.

Las recomendaciones del famoso escritor en Mientras Escribo se refieren a la narrativa, pero creo que puede aplicarse a otros géneros literarios e incluso a otras formas artísticas, tranquilamente.

“Esta primera versión, la que se centra exclusivamente en la historia, debería escribirse sin la ayuda (ni intromisión) de nadie. Después de unos días es posible que te apetezca enseñar tu trabajo a un amigo íntimo, sea por orgullo o por inseguridad. (Lo habitual es que pienses en el que comparte cama contigo). Te aconsejo encarecidamente que resistas el impulso. Mantén constante la presión. No la diluyas exponiendo lo escrito a la duda, el elogio o las preguntas, aunque bien intencionadas, de un habitante del “mundo exterior”. Ya sé que es difícil, pero déjate arrastrar por la esperanza del éxito (y el miedo al fracaso). Luego, cuando hayas acabado, tendrás tiempo de sobra para enseñar el fruto… aunque opino que conviene ser cauto y concederse un tiempo de reflexión mientras la historia sigue siendo un campo de nieve virgen, sin huellas de nadie que no seas tú.

El quid de escribir a puerta cerrada es que te obliga a concentrarte en la historia sin pensar en casi nada más”. (S.K., Mientras escribo)

Tiempo, antes de mostrar un escrito

La paciencia parece ser la fórmula mágica en todo esto. King aconseja guardar los borradores durante al menos seis semanas y no volver a leerlos durante ese tiempo. Yo lo comparo a la cuarentena posparto: cuarenta días exactos de reposo, de descanso, de aislamiento reparador.

El autor recomienda que pasado ese tiempo hay que sacar la obra del cajón y leerla por completo, en lo posible “de un tirón”. Mientras uno lee puede ir haciendo apuntes, “pero concéntrate en las simples faenas del hogar, como corregir la ortografía y encontrar incoherencias. Habrá muchas”.

“El único que lo hace todo bien a la primera es Dios, y el que pase de todo y se lo deje al corrector, ése es un dejado”. (S.K., Mientras escribo)

Esa espera es para tomar distancia, para sentir que la obra no es mía, para saber que no está en juego mi vida.

“Matar los seres queridos de otras personas siempre es más fácil que matar a los propios”. (S.K., Mientras escribo)

El momento de abrir la puerta

Dice el novelista norteamericano que “una vez concluida la relectura, y hechas todas las revisioncitas, llega la hora de abrir la puerta y enseñar lo que he escrito a cuatro o cinco amigos íntimos que hayan mostrado buena disposición”.

En mi experiencia personal, me han venido de maravilla la participación en talleres literarios, donde la variedad de puntos de vista de quienes leen o escuchan la historia pueden enriquecerla. Aunque ha encontrado críticas destructivas (y estoy aprendiendo a cuidarme de ellas), siempre hay alguien que me aporta un dato que no tenía. Algún sabio o sabia que al darme cierto dato hace que mi cuento, ensayo o loquesea tenga cierta conexión con la sabiduría.

También resulta grato tener un único primer lector, un lector ideal (como lo llama King) o un lector objetivo, como le dice mi querida Mercedes Fernández en su taller de La Palabra. Ese lector debería ser comprensivo, dar apoyo. Al mismo tiempo debe ser sincero y saber decir cuando algo no está bien.

Cuando conocemos a esa persona, una voz interior nos va a ir guiando hacia él o ella mientras escribimos. Aunque ¡ojo! Que esa voz nunca calle al niño o a la niña que está jugando a escribir.

Cuando no quiero mostrar tus escritos

Durante muchísimos años me resistí a exhibir mis poemas a alguien más que no fuera mi hermana Rocío. Incluso, en una oportunidad me ofendí con ella porque le había regalado un escrito mío a un noviecito. Lo peor del caso es que había aclarado en la carta que el poema de amor era mío.

¡Qué horror! Un desconocido tenía acceso a mis secretos más íntimos. Ese chico podía comenzar a sospechar de quién estaba yo enamorada. Corría riesgo de que me vieran desnuda. Por mucho tiempo continué enojada con Rocío.

Veinte años después -luego de una larga terapia, meditaciones, trabajos de autoconocimiento y cientos de poemas más- di con Julia Cameron, quien me aclaró el motivo preciso de aquel primer horror:

La creación de una obra de arte puede provocar sentimientos similares a la revelación de un secreto de familia, que por su misma naturaleza provoca vergüenza y miedo. (…) “¿Cómo te atreves?” le grita un adulto encolerizado a un niño inocente que tropezó con un secreto de familia. (…) Cuando las personas no quieren ver algo se enojan con aquel que se las muestra. Matan al mensajero. (…)

El arte abre los armarios, airea los sótanos y los desvanes, promueve la curación. Pero antes de que una herida pueda sanar debe ser vista, y ese acto de exponer la herida al aire y a la luz, el acto del artista, a menudo provoca la reacción de la vergüenza. (J.C., El camino del artista)

Guarda con las trampas (y las auto-trampas)

De allí la necesidad de encontrar a las personas adecuadas para mostrar los escritos, sea que hayamos creado una nueva receta de cocina o una novela de seiscientas páginas. Porque si cae en manos de otro artista bloqueado, es decir de alguien que lleva años callando su niño o niña interior, y además escuchamos sus consejos, estaremos perdidos. Si consideramos a esa persona como una autoridad le daremos el derecho de bloquearnos.

Por experiencia propia, sé que al mostrar mis escritos a un artista bloqueado, inconscientemente, estoy buscando la desaprobación. He olido de lejos la trampa y he decidido caer en ella para silenciar al fin a esa criatura encaprichada en escribir «tonterías».

Te dejo con Cameron y algunos puntos más que extraje de El Camino del Artista:

El antídoto para la vergüenza es el amor propio y el autoelogio.

(J.C., El camino del artista)

Si llegaste hasta aquí, también puede interesarte un resumen sobre Desbloqueo creativo, basado en el libro de Julia Cameron. Para verlo, ingresa aquí.

Ojalá te haya servido esta guía. Espero tus comentarios. Contame de tus experiencias al mostrar lo que escribís.

Un comentario

Deja un comentario